Severo Díaz Galindo, el sacerdote del clima

Historia 010

 

Nacido en una pequeña población como Sayula, y en el seno de una familia humilde, Severo Díaz Galindo pudo haber sido tejedor de rebozos como su padre. En cambio, gracias a su gran memoria y afilada mirada para ver el mundo, sobresalió tanto en el estudio que llegó a dominar la predicción de las lluvias en nuestra ciudad. Ordenado sacerdote, su amor por la religión,  no menguó su espíritu científico. Se dedicó a estudiar la composición química y las matemáticas detrás de los más diversos fenómenos naturales: las nubes, el viento, la humedad, la lluvia, el sol y los planetas, los volcanes y los sismos…


Hoy, puede ser que las chicas del clima nos provean de información práctica de uso cotidiano que nos permite organizar nuestro día; pero hace cien años el temporal de lluvias o las alteraciones climáticas podían llegar tan sorpresivamente como cosa de mal de ojo de algún desconocido enemigo. Y con la incapacidad de los gobiernos de calcular y predecir las heladas, las inundaciones o la sequía que se presentaron aquellos años; y que habían repercutido en grandes pérdidas económicas en la agricultura y graves estragos sociales. Los aportes de  Severo Díaz comenzaron a cambiar el panorama, al ser el primero incluso a nivel nacional que logró predecir la llegada de lluvias y frentes fríos hasta con 25 días de anticipación. 


El pequeño Severo fue una especie de niño genio que obtuvo los primeros lugares en todos los exámenes públicos por los que pasó. Y su destreza era tal, que incluso impresionó al mismísimo General Ramón Corona, entonces Gobernador de Jalisco. Ello le aseguró un porvenir diferente al que las condiciones de vida le pudieran haber orientado. De tal forma, alejado de la industria del hilado, a los diecisiete años comenzó a operar complicados aparatos europeos como encargado del observatorio del Seminario en que estudiaba en Ciudad Guzmán. Ahí comenzó una amistad inseparable y una obsesión profunda. Al lado de José María Arreola comenzó a descubrir el universo que se disipaba más allá de lo que veía, en su compañía fundó y dirigió los registros de varios observatorios: uno religioso, otro estatal, y finalmente, el universitario. Si bien, su camino no estuvo exento de complicaciones: hacerse responsable económicamente de su madre y hermanas; eludir grandes responsabilidades clericales que le alejaran de su labor científica, más allá de una misa diaria o alguna especial; diversas clausuras a causa de conflictos armados, poco interés científico o escaso presupuesto; y prosperar a pesar de malos instrumentos, un escaso salario y hasta ataques personales.


En los diversos observatorios en los que estuvo al frente, se dedicó a observar detenida y sistemáticamente las nubes, los astros y los datos que se recopilaban en otros observatorios de todo el mundo; poniendo atención en la periodicidad, patrones, relación e influencia de todo. A partir de ello fue capaz de construir teorías propias que dieran respuesta tanto a las grandes interrogantes científicas del momento, como a las más urgentes necesidades nacionales. En un momento en que la ciencia se dictaba desde Europa, mientras que en México los meteorólogos se conformaban con acatar, replicar, y a lo mucho instruirse técnicamente en la instalación de aparatos, sin cuestionarse si tales conocimientos podían realmente aplicarse a las particularidades del problema meteorológico del país, lo suyo fue un verdadero hallazgo que no siempre fue bien recibido entre sus colegas.

Su experiencia acumulada luego de instalar y laborar en diversos observatorios era ya evidente en 1925, cuando se le invitó a participar de las discusiones que llevarían a fundar la Universidad de Guadalajara, y fue puesto al frente del Observatorio del Estado adscrito a la naciente institución. Y gracias a su impulso, el nuevo centro de monitoreo, por fin ocupaba su propia finca fuera de la ciudad y al aire libre, necesario para recolectar los datos con la estabilidad adecuada, sin los obstáculos, ni la contaminación que había en la ciudad. Ante la noticia de su construcción y sus magníficas condiciones, el director de la Estación Central de Tacubaya, el ingeniero José Cleofás Gómez, ofreció dotarlo con importantes aparatos. En el oficio que emite el padre Severo Díaz al Rector de la institución se planta tajante y seguro sobre su capacidad para poner en funcionamiento todo el equipamiento enviado. 
 


 

En particular, uno de los aparatos que fueron recibidos, el “Steffens-Hedd”, formaba parte de un lote que había adquirido en Alemania el propio director del Observatorio Nacional en un viaje de estudio, con la intención de instalarlos en los principales observatorios de las costas del país. En este anemógrafo universal que sería instalado en una gran estructura de hierro en la azotea, podían registrarse los tres elementos más importantes del viento: la dirección, la velocidad y la fuerza. Así, los nuevos aparatos que habían venido de México, junto con los que fueron transportados de la antigua sede del Observatorio, ubicada en el antiguo Colegio de San Juan (actual LARVA), dejaron suficientemente bien dotado el nuevo observatorio, el cual estaba listo para comenzar con sus observaciones y registros el 22 de septiembre de 1926. Y ahí puso a operar no sólo un Observatorio Meteorológico, sino también uno Astronómico. Fue entonces que sus sueños comenzaron a hacerse un poco realidad, porque no sólo logró vivir de su trabajo, sino que obtuvo el reconocimiento que tanto había anhelado. 
 


Mientras que en el Seminario habían considerado que sus largas horas en el observatorio no eran más que una sana diversión que le era permitida gratuitamente, y luego de percibir como Director del Observatorio instalado en la Escuela de Ingenieros la cantidad de treinta pesos mensuales, dentro de la Universidad de Guadalajara su sueldo subió a sesenta pesos mensuales.


Medir la temperatura con los termómetros, analizar la humedad, el vapor de agua del ambiente, la dirección y velocidad del viento, cantidad, clase y dirección de nubes, nieblas o cantidad de lluvia; le permitió identificar que en México las estaciones climáticas estaban bien establecidas y sus ciclos eran cerrados y perfectos; y que Guadalajara tenía uno de los climas más benignos del país y una posición privilegiada para estudiar los vientos. El comparar sus datos con los de Washington, le habilitó para anticipar hasta con 24 días la llegada de lluvias y heladas; método que puso en ridículo el rutinario e inexacto pronóstico oficial de 36 horas que lograban emitir desde el Observatorio Nacional.


A partir de la segunda década del siglo XX, el pronóstico científico del tiempo comenzó a publicarse diariamente en los periódicos de la ciudad gracias precisamente a Severo Díaz, a quién acudían todos los reporteros cotidianamente a consultarlo sobre cualquier duda climática o de otro tipo; y llegó a convertirse en una figura tan popular, que pronto sus investigaciones y resultados comenzaron a ser cuestionados y censurados por los encargados del Observatorio de la capital. Aunque nadie pudo rebatir sus teorías en cuanto a la predicción de la lluvia y, mucho menos, pronosticarlas con tantos días de anticipación como él lo hizo. El Servicio Meteorológico en Jalisco, con oficina central en el Observatorio del Estado, quedó establecido en febrero de 1936, y desde ahí se comenzaron a enviar los informes mensuales de los pronósticos científicos del tiempo a todos los municipios, para que los agricultores pudieran tenerlos en cuenta.


Simultáneamente a su trabajo como Director y su participación en varias asociaciones civiles, dio clases en la Escuela Preparatoria de Jalisco, en la Escuela Preparatoria para Señoritas y Normal Mixta, en la Facultad de Ingeniería y en la Escuela Secundaria Preparatoria y Normal para Varones, impartiendo materias de Cosmografía, Física, Astronomía, Materias Generales y Especiales y prácticas en laboratorio. Además, preocupado por hacer más accesibles sus conocimientos, elaboró diversos manuales y libros de enseñanza.


Consideraba que era tarea de los científicos tranquilizar o prevenir a la población de los imponentes temblores, capaces de obrar maravillas en la naturaleza, como la creación de montañas o la restitución moral de los individuos solícitos de perdón en el umbral de la muerte. Por lo que asumió como su responsabilidad el dar explicaciones sobre los mal comprendidos eclipses, paradójicamente tan temidos y esperados por la población; o desmentir los infundados presagios de fin del mundo que anunciaba la prensa amarillista de Estados Unidos como consecuencia de la sorprendente alineación de Neptuno, Júpiter, Marte, Saturno, Venus y la Luna, fenómeno que sólo se producía cada 33 años. En diversos espacios sociales científicos compartió y debatió sus investigaciones sobre el sol y sus manchas, las auroras, las lluvias, las posibilidades de vida en otros planetas y las primeras impresiones de placas de rayos x que se hicieron en Guadalajara, el mismo año en que los esposos Curie llevaban a cabo sus experimentos con el radio en París.